Los resultados del trabajo, publicado recientemente en la revista Science, advierten que la intensidad y la duración de las sequías pueden ampliar significativamente las pérdidas en la productividad de los ecosistemas terrestres.
Un equipo internacional de más de 170 especialistas de 28 países, entre ellos investigadores y becarios del CONICET, demostró que las sequías extremas y prolongadas pueden reducir drásticamente la capacidad de los pastizales y arbustales naturales para regenerar biomasa y mantener su función ecológica a largo plazo.
Desde Argentina, participaron científicos del Centro de Recursos Naturales Renovables de la Zona Semiárida (CERZOS, CONICET–UNS), junto a colegas de otras instituciones nacionales (INTA, UBA, UNMdP, UNPA y UNRN). El equipo del CERZOS, coordinado por Alejandro Loydi, e integrado por Aylén Rodríguez y Flavia Funk, contribuyó al experimento de la red global mediante el monitoreo y la toma de datos en el sitio ubicado en la Chacra Experimental Napostá (Convenio UNS-MDA), en Bahía Blanca.
“Nuestra participación fue parte de un esfuerzo sostenido de varios años. Instalamos estructuras que simulan la reducción de lluvias y medimos cómo responden las comunidades vegetales a diferentes niveles de sequía. Es un trabajo colectivo que permite entender mejor cómo se comportan los ecosistemas cuando las condiciones se vuelven más extremas”, explicó Alejandro Loydi, director e investigador del CERZOS.
El estudio se desarrolló en el marco de la Red Internacional de Sequía (International Drought Network), impulsada originalmente por investigadores de Estados Unidos. A nivel global, la red conformó un comité internacional con representantes de distintos países; en Argentina, la coordinación está a cargo de la doctora Laura Yahdjian, investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA, CONICET – UBA).
Argentina cuenta con nueve sitios experimentales distribuidos a lo largo de un amplio gradiente climático, desde zonas húmedas del norte bonaerense hasta pastizales áridos en Santa Cruz. El sitio de Napostá, a cargo del equipo del CERZOS, se ubica aproximadamente en el centro de ese gradiente, con una precipitación media anual de 550 milímetros.
En cada sitio se instalaron estructuras de manipulación de lluvia, compuestas por canaletas transparentes que permiten el paso de la luz pero desvían parte de las precipitaciones. Estas estructuras simularon una sequía extrema – definida como aquella que ocurre una vez cada 100 años – que, en el caso de Napostá, implicó una reducción de alrededor del 45 %, recreando condiciones de unos 300 mm anuales, en lugar de los 550 mm habituales.
El diseño experimental incluyó parcelas con estas estructuras y otras adyacentes sin manipulación. Esto permitió comparar, a lo largo del tiempo, múltiples variables ecológicas: producción de biomasa vegetal (fijación de carbono), fertilidad del suelo y actividad microbiana, entre otras.
“Todo se hizo con el mismo protocolo en los distintos sitios del país y del mundo, lo que permitió obtener datos comparables de ecosistemas muy diversos. Esa coordinación es lo que le da valor global al estudio”, señaló Loydi.
Los datos recolectados fueron procesados y estandarizados por el equipo coordinador internacional, que integró la información en una base común para su análisis.
Esta metodología permitió analizar cómo interactúan la intensidad y la duración de la sequía en la productividad primaria de pastizales y arbustales, ecosistemas que cubren aproximadamente el 50 % de la superficie terrestre y almacenan más del 30 % del carbono global.
Los resultados muestran que, si bien algunos ecosistemas pueden mantener su funcionamiento bajo sequías moderadas, las pérdidas de productividad aumentan significativamente cuando las sequías son extremas y se repiten durante varios años consecutivos. De hecho, después de cuatro años de sequía extrema, las pérdidas fueron más del doble que en el primer año.
Los hallazgos tienen especial relevancia para regiones áridas y semiáridas como el sudoeste bonaerense, donde las sequías prolongadas pueden afectar la cobertura vegetal, la retención de suelos y, en consecuencia, la sustentabilidad de la ganadería extensiva, principal actividad económica de la zona.
“Comprender cómo responden nuestros ecosistemas a la falta de agua es fundamental para anticipar los impactos del cambio climático y diseñar estrategias de manejo sustentable”, señaló Loydi.
El estudio aporta evidencia experimental a una preocupación creciente: el aumento en la frecuencia y severidad de las sequías puede comprometer la estabilidad de los ecosistemas naturales y los servicios ambientales que estos proveen, entre ellos la captura de carbono y la regulación climática.
			
	
                                
                                
							


