Las jubilaciones mínimas no alcanzan y cada vez más personas mayores vuelven al mercado laboral. Pero no todo es urgencia: también hay deseo, vitalidad y nuevos proyectos. En un país que envejece, la vejez se reinventa, y el trabajo también.
Un monto que no alcanza, una realidad que aprieta
Ya sabemos que, en Argentina, la jubilación mínima acaba de ser actualizada a $314305.37 para el mes de agosto, y se dispuso un bono previsional de $70.000. Pero ni así alcanza.
Esa cifra, que debería garantizar un retiro digno, hoy no llega a cubrir las necesidades básicas. La consecuencia es evidente: más de la mitad de las personas que ingresaron al mercado laboral en 2024 son jubiladas.
Sí, tal como se lee. Según datos del Instituto Argentina Grande, el 53,5% de quienes se sumaron al mundo del trabajo este año ya estaban jubilados. Lo que era una etapa de cierre, hoy se transforma en una nueva entrada —muchas veces sin opción— a un sistema que no los esperaba.
¿Por necesidad o por decisión?
La lectura obvia es la económica: las jubilaciones no alcanzan, y miles de personas mayores se ven forzadas a volver al ruedo, muchas veces en condiciones informales, sin protección ni derechos garantizados, en una sociedad que aún se mantiene sesgada por un paradigma que excluye.
Pero reducir este fenómeno únicamente a la necesidad sería caer, una vez más, en una mirada viejista. Porque la vejez no es solo pérdida, también es potencia.
En las últimas tres décadas, la expectativa de vida en América Latina aumentó 25 años, y muchos de esos años se transitan con buena calidad. Hoy, estar en la segunda mitad de la vida no implica quedarse sentado frente a una ventana viendo pasar el mundo. Muy por el contrario, son años cargados de experiencias y nuevas oportunidades.
Cada vez más personas mayores encaran esta etapa con vitalidad, deseo, proyectos y una valija llena de cosas por hacer: algunas nuevas, otras postergadas por años. Y en ese esquema, la vida laboral también encuentra un lugar.
Hay quienes trabajan porque no tienen otra alternativa, sí. Pero también hay quienes lo hacen porque quieren. Porque encuentran sentido, identidad, disfrute o ingresos extra que les permiten viajar, estudiar, ayudar a otros o simplemente hacer lo que les gusta. No son pasivos. Son proactivos, resilientes, desafiantes.
Las empresas que se animan a mirar distinto
Las empresas más lúcidas lo están viendo: apuestan a personas mayores por su compromiso, su templanza, su capacidad para resolver desde la experiencia. No son empleados “de descarte”. Son perfiles que suman y sostienen.
No vamos a negar la realidad económica de gran parte del universo de beneficiarios del régimen de la seguridad social en nuestro país, tampoco vamos a romantizar la vejez que sabemos que llega y nos comienza a traer algunos desgastes, pero estos no son los únicos datos o aristas que nos traen estos años de más que los avances de la ciencia y la medicina nos han regalado, y que también merecen sentido y ser valorados y aprovechados.
Vejez activa: crear, producir, elegir
La vejez también se reinventa. También vino para quedarse. En la vejez también se crea, también se produce, allí nacen proyectos, se plasman sueños, se logran objetivos, y el ámbito laboral no está ajeno a todo esto.
El mercado laboral tiene que prepararse para convivir con esta nueva realidad. Porque si vamos a vivir más, también tenemos derecho a vivir con propósito. No se trata solo de estirar la vida, sino de llenarla de sentido.
Y para muchas personas mayores, trabajar no es resignación: es elección. El desafío es que el Estado, las políticas públicas, el mercado laboral y también la sociedad en su conjunto estén a la altura.
Porque la longevidad no es un problema: es una oportunidad. Y ya no hay margen para seguir mirando hacia otro lado.
Por Fernanda Román: Abogada. Especialista en Derecho Previsional y de la Vejez. Maestranda en Derecho de la Vejez (UNC).
Consultora en Envejecimiento Activo y Nueva Longevidad.