Jorge Isaac Anaya era teniente de navío y había llegado a bordo del crucero General Belgrano: el mismo en cuyo hundimiento murieron 323 argentinos durante la guerra de 1982 que él empujó fervientemente siendo almirante, jefe de la Armada e integrante de la Junta Militar con el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri y el brigadier general Basilio Lami Dozo.
—Era un convencido de que debíamos recuperar Malvinas — le dijo una tarde de noviembre de 2001, al periodista Abel Escudero Zadrayec.
Me recibió en su casa, un semipiso en Recoleta. Andaba en los 75 años. Y yo, con 26: estaba cursando la Maestría en Periodismo de Clarín y quería entrevistarlo para mi tesis sobre los tres periodistas que acompañaron a la tropa argentina en el desembarco, hace hoy 41 años. Logré que me recibiera gracias a su cariñosa relación histórica con La Nueva Provincia, el diario bahiense donde yo trabajaba.
Anaya nació en Bahía Blanca el 27 de septiembre de 1926. Juzgado, condenado y destituido durante el Gobierno de Raúl Alfonsín (con quien había compartido el Liceo Militar), fue luego indultado por Carlos Menem. Murió a los 81 años, el 9 de enero de 2008.
—¿Lo único que les salió completamente bien desde el punto de vista militar fue el desembarco del 2 de abril de 1982?
—Sí. Fue impecable.
—¿Cuándo se definió?
—El día que tomamos la decisión, que fue el 26 de marzo, analizamos la situación con el canciller [Nicanor] Costa Méndez. Y él dijo: “Para mí, la única solución que existe es la militar”.
—Y usted coincidió, claro.
—Absolutamente.
—¿Por qué?
—[El jefe del Foreign Office] Lord Carrington le dijo a Costa Méndez que debíamos aceptar que le firmaran los pasaportes a la gente de Davidoff [NdR: se refiere a un grupo de obreros contratados por el empresario Constantino Davidoff para desmantelar instalaciones balleneras en las Georgias del Sur]. Si accedíamos, estábamos reconociendo de jure que las Georgias eran británicas. Y como la resolución de las Naciones Unidas habla de “Malvinas, Georgias y Sandwich”, ¡patapúfete!, también perdíamos las otras islas. En ese momento, dije: “No hay más remedio”.
—Después de tantos años, ¿piensa que fue un error?
—Pienso que fue una maniobra tramada por Gran Bretaña. Ellos forzaron la guerra. Nos pusieron en un callejón sin salida. Al tiempo que advirtieron que el conflicto era inevitable si no retirábamos a los obreros de las Georgias, zarparon submarinos y buques logísticos de Gibraltar. No me dejaron otra opción.
—¿Se arrepiente?
—Ahora que la historia ya está escrita y sé que fue una trampa inglesa, asumo que tendría que haber retirado a los obreros. Y patapúfete. Se acababa. Los ingleses son los tipos más ruines que usted se pueda imaginar en cuestión de política.
—¿Y qué objetivo perseguía esa “trampa inglesa”?
—La señora [primera ministra Margaret] Thatcher se estaba cayendo.
—Sin embargo, se dice que fue al revés: que la Junta tomó la decisión porque el régimen militar se desplomaba.
—¿Quién dice eso? Los ingleses.
—Muchos argentinos opinan igual.
—Sí. Pero, en su momento, quien primero lo dijo fue la señora Thatcher. Y después, el señor [presidente estadounidense Ronald] Reagan. La gallina que canta primero es la que puso el huevo…
—Entonces, usted admite…
—Asumo que tenía elementos suficientes para darme cuenta. Y lo que tendría que haber hecho, a lo sumo, es una nota de protesta por el pedido de Inglaterra de evacuar a los obreros. Y patapúfete. Nada más.
—Pero en cambio, nos mandaron a la guerra y murieron más de 700 argentinos. Y perdimos.
—Yo realmente no capté el asunto. Hoy confieso que caí en una trampa.
—La Junta Militar hacía lo que usted decía…
—Lo que pasa es que yo siempre digo lo que pienso y lo digo con gran firmeza, porque tengo el convencimiento. El hombre de más carácter de los tres era yo.
—¿Y su idea cuál era?
—Tomar las islas, replegarse dejando 500 hombres y retomar las negociaciones diplomáticas. Cuando las cosas no salen como nosotros pensábamos y empieza a avanzar la flota inglesa, se refuerza. Ellos no sabían qué grado de adiestramiento tenía nuestra tropa. Para recuperar una posición defendida por 10.000 hombres, usted necesita 20.000. Y nosotros fuimos agregando y agregando. Por supuesto, eran tipos disfrazados de soldados.
—Ni siquiera tipos: muchos eran pibes.
—No. El problema de los chicos de la guerra es un cuento. Los ingleses también tenían chicos de 17 y 18 años. Además, no sé qué edad tenía el Tambor de Tacuarí, pero seguro menos de 17… Cuando usted defiende algo que es suyo… Fíjese: cuando hicieron la comisión Rattenbach [NdR: la evaluación oficial de las responsabilidades militares en Malvinas], una de las cosas que me preguntó el general Tomás Sánchez de Bustamante fue: “¿Usted sabía que iban a perder?”. “Sí”, le respondí. Antes del 14 de junio, yo estaba convencido de que íbamos a perder luego de una batalla honrosa. Me preguntó: “¿Y si sabía que iban a perder por qué lo hizo?”. Le dije: “Vea, mi general: si a su mujer le toca el culo en la calle un grandote, ¿usted qué hace? Para conservarles el padre a sus hijos y para alimentar a su mujer, no hace nada. ¿Usted salió del Colegio Militar?”. En el acta lo omitieron y yo acepté que lo hicieran, porque fue una grosería.
—¿Y pensó que Gran Bretaña no iba a responder militarmente?
—El problema fue la ayuda de los Estados Unidos. Si no hubiera sido por eso, Inglaterra habría tenido que replegarse. Si hubiera sido una lucha mano a mano, les habríamos ganado. Pero no: el mismo 2 de abril Estados Unidos ya estaba dándoles asistencia.
—¿Descarta la idea arraigada de que la guerra serviría para que la Junta se prolongara en el poder?
—Es lamentable que haya gente que crea eso, porque se trata de algo absolutamente falso. El día que lo echaron a Galtieri, nos íbamos a reunir para aprobar el estatuto de los partidos políticos.
(Infobae)