Un sobreviviente de la última dictadura contó hoy que “en el espejo” no pudo reconocerse, luego de haber sido detenido y torturado en 1977 en Bahía Blanca, al declarar en una nueva audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad de la megacausa Zona V, que tiene 37 imputados.
Se trata de Víctor Hugo Iglesias, quien brindó su testimonio ante el Tribunal Oral Federal (TOF) de Bahía Blanca, integrado por los jueces Ernesto Sebastián, Sebastián Luis Foglia y Marcos Aguerrido.
El hombre dijo que en enero de 1977 tenía 23 años, estudiaba en la Universidad Tecnológica Nacional y trabajaba en Gas del Estado, y que fue secuestrado de su casa de la calle Maldonado 279. “Estaba una noche, sería de madrugada, golpean la puerta muy fuerte, abro, un montón de gente toda de negro, no le pude ver la cara, me tiran, me empujan, me pegan y me ponen una capucha y me sacan entre dos”.
“Me suben a un auto, entre medio de dos asientos, dos personas una de cada lado y era por el ruido un Fiat 125 que me lleva. Me empiezan a pegar con la culata del revólver en la cabeza, me dicen ‘nos vendiste, nos buchoneaste, alcahuete’, me dejaron la cabeza llena de chichones en una recorrida de media hora, 40 minutos”, afirmó.
Iglesias relató que luego de ello “llegamos a un lugar, me bajan entre dos, me sientan en una silla, me atan las manos atrás, me sacan la capucha, me dicen ‘cerrá los ojos, no vas a ver porque si no sos boleta. Me ponen algodones en los ojos y con vendas, empieza interrogatorio, empiezan a pegar” sostuvo el testigo, al señalar que “me golpearon, me destruyeron la boca, se me caían los dientes, siempre con las manos atadas”.
“Me pegaban en el estómago, me quise hacer el desmayado y me quemaban con cigarrillos para que reaccionara, no sé el tiempo que pasó. Después me tiraban agua arriba, quería respirar y no podía, después me pasan a una habitación, estaba descalzo, siento piso de madera de machimbre de pinotea, atado con sogas de cáñamo, tirado en el piso”, afirmó.
También sostuvo en su testimonio que “el pensamiento mío mas allá de los golpes era saber que había pasado con mi familia, se escuchaban mujeres que hablaban entre ellos, se ve que hacía tiempo que estaban. Tenía la boca rota, los labios rotos, una mañana sabía que era por los pajaritos, en la noche el silencio, durante el día había mas gente dando vuelta, caminaban con zapatos duros o botas, se escuchaban los pasos venir y estábamos cagados hasta las patas”, expresó.
El hombre sostuvo que “me molestaban ataduras, tenía las manos dormidas, estaba retorcido del dolor de estómago, había un guardia que me pegó y me quebró dos o tres costillas, no podía respirar”. “No sé los días que estuve, perdí la noción del tiempo”, dijo al indicar que para orinar le daban una lata, por lo que “tenía que hacer malabares; tengo que ir de cuerpo, me llevan afuera, baja un escalón y cuando me agacho me empujó adentro de un pozo de mierda; después me dieron con una manguera porque decían ‘estás apestoso'”.
Iglesias agregó que “se escuchaban golpes, gritos, siempre pensaba ‘me toca a mí’; me interrogaron una sola noche y llegó un momento que por las muñecas que estaban infectadas o lastimadas me levantaron, no me podía parar; adelgacé como 14 kilos. Me sientan en una silla, me desatan y ahí me curaron, me vendaron y me pusieron esposas adelante”.
En su declaración sostuvo también que una noche “vienen, me tocan, me dicen mi nombre y ‘levantate’; no me pude levantar ni caminar, no tenía fuerza, estaba muy débil; me sientan y dicen ‘te vamos a soltar’, y yo esperaba que me pegaran un tiro, no otra cosa”.
“Me suben de vuelta, agachado entre medio de dos personas con la venda siempre, atrás del auto Fiat 125; después de un tiempo paramos, me bajan, no tenía fuerza, me hacen agarrar de un árbol, me voy de rodillas y empecé a rezar esperando el tiro”, dijo al indicar que lo dejaron en Vieytes y Brasil.
Iglesias contó que luego se sacó las vendas cuando se fue el auto “era de madrugada, muy tarde; pasaban autos, parecía borracho, no paró nadie y de ahí llegué a mi casa a los tumbos”.
Una vez en su casa, junto a su familia “en el espejo no me conocí, no era yo; todo lastimado, con moretones, la boca hinchada, desfigurado, no me conocí”, sostuvo entre lágrimas. Y relató: “estuve ocho meses en mi casa sin salir, tenía miedo”.
“Les puedo asegurar que la maldad que tenía esta gente, la saña con la que se movían, no la entiendo. Gracias a Dios que a mi familia no le hicieron nada”, expresó, y afirmó que “estas cosas no tienen que volver pasar”.